jueves, 24 de mayo de 2012

GOTAS DE TINTA

PRESENTACION DEL LIBRO
CALLEJUELAS DEL SILENCIO CON LA FLACA DE FABER AGUDELO
EDITADO POR EDITORIAL ENDYMION





EL PASADO 11 DE MAYO
EN LIBRERIA SIMSALABIM

CALLEJUELAS DEL SILENCIO CON LA FLACA
DOS  LECTURAS 
Las empresas editoriales han hecho de los escritores, unos fabricantes de libros, que no se oponen ni se resisten a tener que llevar una mediocre y alienada vida literaria o hacer una “carrera literaria”. Toda la literatura que escriben, está basada y apoyada en lo que ordena y a la que los sume el contrato, la relación contractual, con las empresas editoriales; hecho contra el cual no estamos, pero sobre el cual  sí se precisa y se hace necesario tener claridad crítica y dimensión crítica sobre la existencia y la dominante posición de las empresas editoriales.

Eso nos lleva a preguntarnos desde dónde somos lectores, desde dónde leemos y para qué leemos. O sea, que cuando vamos a leer un libro, de uno de estos fabricantes de libros, lo sepamos y podamos entonces enfrentar la lectura con la conciencia de lo que ella es, y como lo indica Terry Eagleton, en Literatura y crítica marxista: El arte como producción: “Debemos considerar a la literatura como un texto, pero asimismo debemos considerarla como una actividad social, como una forma de producción social y económica que existe junto a otras formas semejantes y que se interrelaciona con ellas”.


No es este el caso del escritor Fáber Agudelo, quien ha hecho de su experiencia de la vida en la literatura, con la literatura una experiencia decisiva y determinante; a la que ha dado todo de sí mismo, sin hacer concesiones que la oscurezcan y la vulneren. Es invulnerable su decisión. La literatura de Fáber nos habla de la experiencia de su vida, no en la vida, sino en la sustancia misma de la literatura. Es la literatura la que ha hecho que la experiencia de la vida, lo sea en la literatura y para la literatura.

Con ello queremos decir que si la vida puede devenir literatura, ella se contiene y se sostiene de manera poderosa e incontrovertible, llegando la literatura a tal dimensión que se hace la vida misma. Y decir la vida misma, es decir, la vida contra la muerte, en todos los sentidos. Contra la destrucción de su libertad. De la libertad inabarcable del ser de Fáber instalado irrebatiblemente en la literatura. Es la vida misma. Y como es la vida misma entonces se realiza en la dimensión de la libertad, para decirlo con los escritores existencialistas como Sartre o Camus.


Los cuentos de este libro de Fáber Agudelo, como el que lleva el título del libro: Callejuelas del silencio con la flaca, Calavera, El retrato de la mujer ballena, La ciudad de la eterna angustia; nos hablan desde sí mismo, de la exaltada y crítica, irónica y dramática experiencia de sí mismo. Fáber se observa a sí mismo, observa su existencia, la ciudad destrozada, desde sí mismo y la lleva a literatura, sin que una y otra sean otra cosa, sino que sean el mismo, desde la experiencia. Experiencia  literaria, es la de la vida, no de la vida para hacer literatura. O para hacerse uno más de los numerosos fabricantes de libros que abundan en el mercado editorial.
Decía que la literatura de Fáber es existencial porque para mí, él  busca a través de la literatura condenarse cada vez más a ella. En él la literatura no tiene función; si la literatura tuviera una función, sería la de hacer catarsis con él mismo o con la realidad en la cual está involucrado o ha sido involucrado; pero no, es al revés, él se condena a la hermosa densidad de la literatura. Grave tarea para con él mismo. Ironiza para no morir ante la realidad, no su realidad, sino la realidad de la literatura en la que vive intensamente su experiencia literaria. La literatura se hace en él entonces una verdadera filosofía de la vida.

Por lo mismo, que otro filósofo del existencialismo, Maurice Merleau-Ponty dice, acerca de la novela La invitada de la escritora Simone Beauvoir: “Todo cambia cuando una filosofía fenomenológica o existencial se propone no explicar el mundo o descubrir sus “condiciones de posibilidad”, sino formular una experiencia del mundo, un contacto con el mundo que precede a todo razonamiento sobre el mundo (…) Desde este momento la tarea de la literatura y la de la filosofía ya no pueden andar separadas. Cuando solo se trata de dar voz a la experiencia del mundo y mostrar como la conciencia se escapa por el mundo, uno no puede ya jactarse de conseguir una transparencia perfecta de la expresión. La expresión filosófica asume las mismas ambigüedades que la expresión literaria, puesto que el mundo está hecho de tal que no puede ser expresado más a que a través de “historias” y mostrado como con el dedo”.

Los cuentos de Fáber, podría decir, se mantienen en esa temperatura, en la de someter la realidad, a su observación, de llenarla de perturbación, pero también de ser perturbado por ella. No se exime de vivirla, pero siempre siendo consciente de que la literatura está allí, para darle otra forma, para inclusive, destruirla. Vive la experiencia de la realidad por la literatura, pero también la destruye cuando la relata. Y cuando la describe. Y cuando se describe a él dentro de la realidad. Por eso ya aquí no hay sino vida provocada como decía el poeta Gottfried Benn. La vida en la literatura provocada desde una filosofía de la vida, en la vida para la literatura.

No sería arbitrario decir que en Callejuelas del silencio con la Flaca, concurren en un mismo momento y hacia una misma tentativa, la existencia desnuda y delirante y la expresión en un mismo orden de desnudamiento y delirio. Considerado el delirio como un desnudamiento. Delirar es desnudarse y desnudar la realidad. Desencadenar nuevas formas de existencia y de expresión. El expresionismo literario de Fáber está indisolublemente conectado, exacerbadamente, por la existencia, por el ser y la nada, por el ser o no ser, pero contra la muerte, y no hacia la muerte o siendo para la muerte.

Los cuentos incluidos en este libro me asombran críticamente porque en ellos el escritor, a pesar del realismo, o más bien, no a pesar del realismo, sino por el realismo mismo de los relatos, adquieren un poder de conmocionar al lector. Conmoción estética crítica. En estos relatos el realismo es y obedece a lo que Theodor Adorno, llamaba veracidad del expresionismo. La realidad es poetizada por Fáber porque no hay visión de la realidad, ni expresión de esa realidad, de esa naturaleza de la realidad, sin que sobre ella el escritor instale la fuerza sorprendente de la poesía; de su daimón poético. Por eso asombran los relatos de Fáber, porque son la mezcla de una realidad destructiva pero que a la vez, es también realidad de la belleza, belleza insultada o humillante, pero belleza, por el daimón que la relata.

La poesía para Fáber ha sido y será la posibilidad real de abordar la realidad, de probarla en la medida en quiera probarla, en el sentido de que ella en sí misma es improbable. Y es más: puede que ni sea su realidad. No duda de esa realidad, pero sí sabe que solo la poesía, el poder de la poesía, puede hacer que la realidad alcance otra dimensión. Uno no muere sino en su irrealidad, no en su realidad. O escribe en lo irreal para hacerlo real, y lo real hacerlo irreal.

Estos cuentos de Fáber hacen que la literatura tienda hacia la necesidad de humanizar lo humano del ser mismo. Del ser del escritor y del ser del lector; y ese humanizar lo humano está relacionado en la literatura y la poesía, no con la formación humana, sino con la excavación en el otro, de lo que es humano para humanizarlo por medio de la literatura y la poesía. Cuando la literatura realiza la tarea de preparar la conciencia para humanizarnos a nosotros mismos y humanizar a los otros, lo hace desde una literatura y una poesía, que como ésta de Fáber, somete al lector a una prueba con el mismo desde sí mismo y sin concederle ni un solo momento de libertad inocua, sino que a través de la lectura, el lector se halle a sí mismo experimentando lo que él experimenta alrededor de los temas que constituyen sus cuentos.

En esta medida, Callejuelas del silencio con la flaca, es el resultado de las relaciones tumultuosas y tormentosas, pero de la misma manera, serenas y tranquilas del poeta y escritor Fáber Agudelo, a quién presentamos esta noche, aquí entre nosotros y en la Librería Simsalabim y con su editor Pablo Carrillo, como sello indeleble e indestructible de nuestra amistad y reconocimiento admirado. Porque solamente leemos lo que admiramos, solamente leemos los libros de los escritores que admiramos, porque han hecho de sus vidas una experiencia en la literatura, por ellos mismos y por nosotros que los leemos y leeremos, en la radiante transparencia del espíritu, movidos por la tensión que dan el hierro y el hilo de la vida creadora.

Gracias.

Por Óscar Jairo González Hernández
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Soy una mala lectora. Tengo un alto déficit de atención. Mi memoria es absurda y todo lo olvido. Aunque en ciertas ocasiones, nada de esto es cierto.
Este libro causó algo diferente en mí. Y de entrada acepto ciertas cosas. Lo empecé a leer en un viaje; iba en el carro no sé hacia donde con mi familia y yo quería leer, se supone que no se debe hacer en un auto en movimiento pero igual lo hice. Puede que esta decisión fuera lo que condicionaría mi interacción con él: en lugares incorrectos. Pero también pienso que eso mismo fue lo que le dio el valor que tiene en este momento para mí, unas páginas abarrotadas de verdades, sensaciones, circunstancias que no por nada, me movieron hasta el pensamiento más ignorado en ese rinconcito, en el centro del pecho, que no es el corazón y que siente todo cuanto hacemos en la vida

Recuerdo el sitio en el que más lo leí y en el que me obsesione un poco. Estaba en ese bar y eran más o menos las cuatro de la tarde; se supone que debería estar haciendo algo distinto pero leía ahí parada con un lápiz al lado –sí, he de aceptarlo, he profanado sus páginas y escrito pensamientos sueltos sobre ellas, cosas a las que me remite un poco para no olvidar lo que despertó, también tengo subrayados pensamientos encontrados, que dicen lo que yo siento– yo leía y volvía a leer de nuevo, lo comentaba con mi mejor amiga, discutíamos el poder de cada frase; cada relación, la manera tan ingeniosa de llevarnos de una cosa a la otra, porque para saber llevar se necesita ingenio y tacto, pero no de ese que pensamos –de decir las cosas maquilladas para que no duelan tanto, no, de eso no tienen nada y es lo que más me agrada– es un tacto que lleva el ritmo arrítmico de cualquier creación sincera, porque se siente, se puede tocar con las manos. Pasé todo ese fin de semana leyendo en lugar de cumplir con mis labores; lo positivo era que cuando la luz se iba podía realizarlas, mi ceguera es majestuosa.
Después de eso, algo me hizo dejarlo. Pasaron al menos dos semanas sin que por equivocación tomara el libro y me sentara a leer, o parara a leer o durmiera con él. Simplemente no podía. Y era lo mejor. Al momento de volverlo a leer, dos madrugadas en las que no salí de mi cuarto hasta terminarlo, fue maravilloso; es que no era el momento, me decía, no era mí momento con la Flaca, la mujer ballena y Hortensia. Todo tiene su instante mágico y el mío no se habría consagrado de haber sido más cabeza dura de lo que soy. Incluso escribir esto me llevó más tiempo del que jamás me habría permitido –porque cumplo con lo que digo y dije que lo entregaría “a tiempo”– no me obligo a escribir, las letras como cada minúscula cantidad de energía es libre. Mis dedos hablan cuando así lo desean, aunque puede que los quiera obligar; dejé de comer, dormir y tantas fueron las creativas pesadillas en las que veo una hoja en blanco y me bloqueo como otras veces, pero mi obsesión no es la que condiciona mi deseo de expresar cosas.
Cada una de sus partes me conmovió. Me sentí la Flaca; yo estaba ahí acompañándolo en esa acera buscando cigarrillos y tomando tinto, mirándolo contarme las historias de pensamientos aleatorios, viendo la vida que relataba, que vivía y contemplaba a diario sin importar lo que pasara, la sentía, le dolía lo que veía; a nadie al parecer le importa o hace algo para salir de ese conformismo ciego que con dos vueltas que les dan, es suficiente para contentar sus angustias. A veces fui él leyendo lo que pienso, porque yo pienso así, todos lo hacemos, es lo natural. Pensamos de forma desordenada, meditando mucho lo que pensamos –cuando lo hacemos en realidad–.
Es un chorro de ideas, de sensaciones mirando en realidad la realidad. Viví dos madrugadas esas calles, amé y odie las aceras y a la Flaca, sentí odio, pasión, alegría, tristeza, sobre todo tristeza; fue un viaje al que me llevó Fáber sin premeditarlo. No sé cuál habría sido su intención, o si no tenía intención alguna y eso ya, en sí mismo, significa una intención: la intención de no tener una intención aparentemente clara, no una que el lector pueda develar, desentrañar, arrancar de las páginas y burlarse de ella. Es que eso es lo que hace este libro: provoca, incita a dejar a un lado tantas cuestiones trascendentales que nos armamos en la mirada para que veamos lo que está de frente, lo que nos gusta ignorar, lo que evitamos por miedo, por pereza, por simple apatía a la realidad; el afán de vivir en el más allá, de sentir el futuro, de hablar mal del presente por no entenderlo, de no tener en cuenta el pasado y el entorno porque ya se volvió paisaje, ya no importa, “lo que pasó, pasó, no hay vuelta atrás” o tan solo “vivamos el momento, somos jóvenes y estamos vivos”. Pamplinas. No nos detenemos a vivir, a sentir lo que pasa ahora, desde las entrañas. Que cuando duela, duela de verdad y cuando amemos lo hagamos hasta perder la cabeza; no nos preocupa lo que debería preocuparnos si es que algo debería hacerlo. Somos ajenos a nosotros mismos y callejuelas me dio unas cuantas cachetadas, me tiró al vacío y me esperó desde abajo viendo derrumbarme mientras lo decía pasitico.
Puede que todo fuera cosa del momento en que lo leí, las circunstancias rondantes de mi mente o el clima, pero significó muchas cosas que son difíciles de exponer. Cuando te hablan con tanta entrega, con la sinceridad como carta de presentación, es difícil no escuchar atentamente. Mucho después de leerlo y antes de concluir este escrito, soñé con esas letras. Fui de nuevo cada personaje y sus palabras se repetían una y otra vez recitando versos que no sé de donde surgieron pero me invadieron toda.

Puede que en realidad nunca logre entender la esencia del texto, puede que como en muchas ocasiones y como en todos los casos, interpretara a mi parecer lo que allí decía; acomodé cada cosa a mis intenciones, busque las respuestas que necesitaba y la tranquilidad llegó. Caos y calma, siempre debe ser así.

Por María Fernanda Jaraba Quintero








1 comentario:

  1. De las cosas más bonitas que me acompañarán el resto de mi vida.

    Mil gracias por esta oportunidad, por esa noche y el instante en el que me prestaron sus sentidos para escuchar lo que los nervios dejaron que leyera.

    Un abrazo desde el alma y con el corazón, María Fernanda Jaraba.

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